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¡Qué vergüenza!


Editorial

La noticia que ocupa los titulares de la prensa nacional por estos días previos a la llegada del Santo Padre a nuestro país, es la corrupción que se ha destapado en las más altas esferas de la institucionalidad colombiana.

Ella siempre ha estado ahí y es la madre de todas las corrupciones regionales y locales, lo nuevo es que hoy sea noticia nacional. Pero ¿Cómo llegó a ser noticia en la gran prensa, si precisamente los propietarios de los grandes medios colombianos son los grupos económicos que precisamente se benefician de ella?

Tres factores sobresalen entre muchos:

i - El fin del conflicto armado con las FARC que condujo a su desmovilización y entrega de armas. Por más de 50 años nuestra ’pulcra e inmaculada’ elite se las arregló para achacarle a ese conflicto la culpa de todos los males de la patria. Incluso hoy que los ex-guerrilleros están en las zonas veredales transitorias esperando a que el gobierno les cumpla lo acordado, hay quienes se resisten a aceptar que la vieja cortina de humo desaparezca, y buscan desesperadamente volver trisas el acuerdo de paz.

ii - Cuando Donal Trum estaba en campaña electoral dijo, defendiendo su vergonzosa propuesta del muro en la frontera con México, que los latinos se iban a buscar futuro en los EE.UU porque sus gobiernos se gastan la plata en corrupción. Y hoy es la DEA y demás organismos de la justicia norteamericana, quienes han destapado la caja de pandora que tan celosamente guardaron los principales apellidos del putrefacto poder criollo.

No fue el cuestionado Fiscal de Cambio Radical Néstor Humberto Martínez, no fue el patético conservador-uribista Alejandro Ordoñez en su flamante paso por la procuraduría, ni mucho menos los viejos zorros liberales de la Unidad Nacional que hoy manejan la contraloría o la procuraduría, ni mucho menos las desprestigiadas cortes; tuvo que ser la DEA. ¡Qué vergüenza!

iii- Las valientes denuncias de senadores y dirigentes de la talla de Jorge Robledo, Gustavo Petro, Iván Cepeda y Claudia López, entre otros, que han venido mostrándole a los colombianos el modus operandi de nuestros impecables de cuello blanco, en casos como Reficar, Odebrech, Interbolsa, carrusel de la contratación en Bogotá, Saludcop, Fidupetrol y el largo etcétera que sigue, y que según cálculos de la propia contraloría le roban a los colombianos alrededor de 50 billones de pesos al año. casi el doble de lo que se necesita para tapar el hueco fiscal, el mismo que Santos pretende tapar a punta de reformas tributarias que juró sobre mármol no realizar.

La culebra está viva, más viva que nunca, pero el único que la puede acabar de tajo es el pueblo colombiano, si se decide a hacerlo, claro está. Para ello debe abrir los ojos, afinar el oído y no tragar entero. Ya está claro que las tres ramas del poder público requieren una cirugía de alta complejidad, pero también, que no serán los portadores de la infección quienes disfrazados con sus batas blancas puedan extirpar el mal.

Colombia aún tiene dirigentes con suficiente autoridad moral y ética, forjados en mil batallas, capaces de llevar el país a buen puerto y dispuestos a hacerlo. La decisión como siempre está en cada uno. O les damos sin ningún temor la oportunidad, o nos auto condenamos.

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